¿Y si el mundo en el que vivimos no fuera real?
En 2003, el filósofo de la Universidad de Oxford, Nick Bostrom, propuso la hipótesis de la simulación. Bostrom publicó un artículo en el que argumentaba sobre la posibilidad de que la humanidad existiera en una simulación de un ordenador.
Esta teoría se ha hecho bastante popular gracias a películas como 'Matrix' (The Matrix, 1999) y otras obras de ficción, pero los comunicadores e investigadores científicos también han debatido sobre esta posibilidad.
Síguenos y descubre cada día contenidos que te interesan
La teoría argumenta que todos seríamos sujetos de una simulación altamente compleja creada por una sociedad más avanzada que estaría interesada en observar cómo sus ancestros vivían en la antigüedad.
La teoría se basa en el hecho de que, cada vez más, nuestros ordenadores cuentan con una tecnología más avanzada y nos permiten procesar simulaciones cada vez más complejas, como los videojuegos.
Bostrom propuso esta hipótesis como un trilema, lo que permitió a otros filósofos, e incluso físicos, calcular las probabilidades de que nuestra realidad fuera una simulación.
Alertan de una "amenaza directa" que podría acabar en la extinción de la especie humana
El trilema se basa en la contraposición de tres afirmaciones, una de las cuales tiene que ser la verdadera. Bostrom propuso tres conceptos relacionados con la teoría de la simulación.
La primera afirmación describía la posibilidad de que la humanidad se extinguiera antes que los ordenadores alcanzaran la capacidad de desarrollar una simulación compleja.
La segunda afirmación proponía la posibilidad de que ningún humano avanzado estaría interesado en desarrollar una simulación sobre sus antiguos ancestros.
La tercera y última afirmación concluía que sí que existía dicha simulación, y establecía que la mayoría de los humanos vivimos de la manera en la que lo hacemos porque somos parte de ella y no de la realidad base.
Cuando se presentó de esta manera, el trilema concluyó que había una mayor probabilidad de que la afirmación verdadera fuera la tercera.
Sin embargo, en un análisis más reciente que reducía la cuestión hasta convertirla en un dilema, es decir, teniendo en cuenta solo las dos primeras afirmaciones, las posibilidades se situaban en un 50/50.
Aun así, los últimos análisis tienen en cuenta y están sujetos a la Inteligencia Artificial y a las capacidades más avanzadas de los ordenadores. Si estas capacidades continúan aumentando, las probabilidades de que nuestra realidad sea una simulación también lo harían.
Sin embargo, analizar las probabilidades no es la única manera en la que se puede estudiar el dilema de la simulación; otros investigadores han estudiado la cuestión también desde un punto de vista empírico.
Algunos incluso han cuestionado si merece la pena investigar la hipótesis de la simulación, ya que parece poco probable que se pueda refutar mediante evidencias científicas.
Dejando sin considerar las probabilidades, o el enfoque verdadero o falso sobre el trilema, es difícil encontrar métodos que nos ayuden a determinar si nuestra realidad es simulada o es la realidad base.
¿Y si estamos ante una burbuja tecnológica como las de los 90?
Durante una reciente aparición como invitado en el pódcast de Neil DeGrass Tyson, el cómico Chuck Nice dijo algo que podría dar a la ciencia una clave empírica: "¿Y si la velocidad de la luz fuera un límite impuesto por el programador?".
Fouad Khan, editor jefe de la revista Nature Energy, cree que la hipótesis de la simulación confirma que no podemos viajar más rápido que la velocidad de la luz.
Khan cree que la única huella del programador en nuestra simulación sería el procesador de velocidad, convirtiéndose así en nuestra única prueba.
Un ordenador tarda lo mismo en hacer cualquier tipo de suma, ya sea 2+2, o 3.243 + 2.323; el procesador de velocidad determina cómo de rápido se resuelven, no la complejidad de la operación.
Así que, según Khan, la velocidad de nuestro procesador sería la de la velocidad de la luz. Khan está de acuerdo con el cómico Chuck Nice: no se trata de un límite al azar, sino uno establecido por el programador.
Es difícil de saber, pero quizás debamos aceptarlo. El filósofo Preston Greene sugiere que no lo investiguemos, ya que, de ser cierto, ese conocimiento podría acabar con la simulación misma.