El controvertido sistema penitenciario y trabajos forzados que sacuden a China
En 2013, Pekín anunció oficialmente que pondría fin a los “laogai”, estos campos de trabajos forzados que siguen siendo una triste realidad en un país al que le gusta darse la imagen de un estado moderno. Una promesa que parece haber quedado en saco roto.
En chino simplificado, "laogai" significa "reeducación mediante el trabajo". Estos campos, donde se violan los derechos humanos y laborales, permiten a los gobernantes oprimir a sus opositores mientras aprovechan la mano de obra para trabajos forzados en beneficio de la economía nacional.
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Durante la era de Mao Zedong, se establecieron estos siniestros campos de trabajo, y persisten hasta la China contemporánea. Son considerados el equivalente chino del gulag soviético.
“Cuando Mao tomó el poder en 1949, los comunistas naturalmente invitaron a especialistas soviéticos para que les ayudaran a establecer el sistema “laogai”, dice un sitio web dedicado al tema, laogai.org.
En 1983, durante la transición del país a una economía de mercado, el líder chino Deng Xiaoping transformó cada campo en una entidad económica autónoma, y sus directores se convirtieron en líderes empresariales.
En 2006, la Fundación de Investigación Laogai identificó alrededor de 4.000 campos de trabajo y prisiones bajo la designación de "laogai", algunos camuflados como minas, fábricas o granjas.
Creada por Harry Wu, un antiguo disidente que sufrió en carne propia los rigores del “laogai" (como se muestra en la imagen), esta organización calcula que desde 1949, aproximadamente 50 millones de personas han sido detenidas, de las cuales 20 millones han perecido allí, víctimas de la escasez, el frío, las enfermedades, la extenuación o ejecuciones sumarias.
“El sistema punitivo chino todavía se basa esencialmente en campos de trabajos forzados”, según Jean-Luc Domenach, especialista en el sistema penitenciario de este país, citado por La Tribune de Genève.
Según el periódico suizo, este experto afirmó en 2018: “Hoy en día hay entre 5 y 8 millones de prisioneros en casi 1.000 campos de trabajos forzados”.
Autor de varias investigaciones en profundidad sobre el tema, este profesor de ciencias políticas distingue dos tipos de campos: “laogai” (reeducación por el trabajo) y “laojiao” (educación por el trabajo).
Los primeros incluyen presos políticos y de derecho común. Según Jean-Luc Domenach, a finales de los años 50 habrían llegado a tener hasta 20 millones de presos. Los “laojiao”, por su parte, están destinados a pequeños delincuentes.
Después de juicios sumarios, los prisioneros son condenados a trabajos arduos y prolongados por un salario insignificante. ¡Una forma de esclavitud casi contemporánea!
Estos campos, que colaboran estrechamente con empresas chinas y están plagados de corrupción, constituyen un eslabón fundamental en la economía nacional. Contribuyen a la construcción de infraestructuras, viviendas y la producción de vehículos, así como de bienes de consumo.
Desde piezas mecánicas hasta té negro, La Tribune de Genève detalla una amplia gama de productos que todos consumimos y que podrían haber sido fabricados en campos de trabajo en China, incluyendo ropa, adornos navideños, juguetes, raquetas y pelotas de ping-pong.
Hasta ahora, la práctica de trabajo forzoso ha generado una escasa reacción en los países occidentales, quienes evitan tanto privar a sus consumidores de productos económicos como alienar al régimen chino.
Según estudios sobre el tema, esta economía representa un mercado de gran valor, aunque sorprendentemente no suele ser mencionada en los acuerdos de libre comercio establecidos con Beijing.
Aunque oficialmente suprimidos y posiblemente menos severos en comparación con los años cincuenta, los "laogai" siguen siendo una violación grave de los derechos fundamentales, una cuestión que no se discute lo suficiente.
Jean-Luc Domenach también destaca la presencia de "prisiones negras" en China: son viviendas desocupadas, sótanos u oficinas convertidas en cárceles clandestinas, donde se estima que están detenidas decenas de miles de personas. Este recordatorio subraya que la represión en China está lejos de haber concluido.