Elizabeth Taylor: la vida épica de la diva de ojos violeta
Elizabeth Rosemond Taylor vino al mundo el 27 de febrero de 1932 en Hampstead, Londres, hija de padres estadounidenses. Desde niña, su madre, ex actriz, alimentó su destino artístico. Con solo 9 años, Taylor ya estaba en el radar de Hollywood. Cuando la familia huyó de la Segunda Guerra Mundial hacia Estados Unidos, la pequeña Elizabeth, con su exótica belleza y una madurez que la separaba de otras niñas, consiguió su primer contrato con Universal Studios.
Una de las particularidades más fascinantes de Elizabeth era su deslumbrante mirada violeta, algo que muchos consideraban un mito. En realidad, Taylor tenía una rara mutación genética llamada distiquiasis, que le daba una doble línea de pestañas. Este rasgo acentuaba la intensidad de su mirada, lo que la hacía parecer etérea en pantalla. La mutación, lejos de ser una debilidad, se convirtió en uno de sus sellos más distintivos. Aquellos ojos no solo conquistaron Hollywood, sino también el corazón de millones.
Su gran éxito llegó en 1944 con “National Velvet” ("Fuego de juventud" en España e Hispanoamérica). En su adolescencia, ya era una estrella de renombre. En películas como “Father of the Bride” ("El padre de la novia") y “A Place in the Sun” ("Un lugar en el sol"), su talento era indiscutible. A lo largo de los años 50, Taylor cimentó su lugar como una de las actrices más codiciadas y respetadas de la industria.
Elizabeth tuvo una vida amorosa turbulenta y apasionada. Tuvo un romance muy sonado con Howard Huges y se casó ocho veces con siete hombres diferentes, empezando por Conrad Hilton Jr. en 1950, que duró menos de un año. Después vinieron Michael Wilding, el productor Mike Todd (quien falleció trágicamente en un accidente aéreo), Eddie Fisher, y por supuesto, Richard Burton, con quien mantuvo un romance tan intenso que se casaron dos veces. Su relación con Fisher fue escandalosa, pues este dejó a su esposa, Debbie Reynolds, quien además era la mejor amiga de Taylor, para estar con Elizabeth, lo que provocó uno de los triángulos amorosos más polémicos de la época. En la foto, aparece con Wilding.
En 1963, Elizabeth protagonizó “Cleopatra”, una de las producciones más costosas de la historia. Su interpretación de la reina egipcia fue majestuosa, pero detrás de cámaras, su relación con Richard Burton ocupaba los titulares de todo el mundo. Juntos formaron una de las parejas más emblemáticas y polémicas de Hollywood. Su química en pantalla, junto con su pasión fuera de ella, los convirtió en la definición del glamour y el caos.
Richard Burton fue, sin duda, el amor de la vida de Elizabeth Taylor. Se casaron en 1964 y, tras una serie de problemas, se divorciaron en 1974. Sin embargo, la separación no duró mucho, y en 1975 volvieron a casarse, solo para divorciarse nuevamente un año después. Su relación, llena de excesos, peleas y reconciliaciones, fue tan icónica como las películas que protagonizaron juntos, y aunque no duraron como pareja, permanecieron unidos como amigos hasta el final de sus vidas.
Además de sus matrimonios, Taylor fue conocida por sus intensas y a veces conflictivas amistades. Fue muy cercana a Michael Jackson, una relación que sorprendió a muchos por la diferencia de edad y estilos de vida. También tuvo enfrentamientos con otros grandes nombres del cine, incluyendo a Joan Collins, con quien competía por roles y atención (ya que la industria la calificó como una versión más joven de Taylor). Sin embargo, una de las amistades más trágicas fue con Montgomery Clift, a quien intentó salvar tras su accidente automovilístico en 1956.
En 1958, Elizabeth protagonizó Cat on a Hot Tin Roof ("La gata sobre el tejado de zinc" / "La gata sobre el tejado caliente"), una adaptación de la obra de Tennessee Williams. La película no solo fue un éxito de taquilla, sino que también marcó una de las actuaciones más emblemáticas de Taylor. Sin embargo, el rodaje estuvo lleno de tensiones, en parte debido a la trágica muerte de Mike Todd, que sucedió durante la filmación. A pesar del dolor personal, Taylor entregó una interpretación memorable como Maggie, la esposa desesperada que lucha por el afecto de su esposo, interpretado por Paul Newman.
En “BUtterfield 8” ("Una mujer marcada" en España / "La prostituta" en Hispanoamérica), interpretó a Gloria Wandrous, una mujer atrapada en su propia sexualidad y las restricciones morales de la época. Aunque Elizabeth no estaba particularmente interesada en el proyecto, su actuación fue aclamada, y su victoria fue significativa ya que había enfrentado graves problemas de salud durante el rodaje.
En 1966, Elizabeth dio una de las actuaciones más memorables de su carrera en Who’s Afraid of Virginia Woolf? ("¿Quién teme a Virginia Woolf?" en España e Hispanoamérica), junto a Richard Burton. La interpretación de Taylor como Martha, una mujer alcohólica atrapada en un matrimonio destructivo, le valió su segundo Premio Óscar. El papel era un marcado contraste con sus personajes anteriores, mostrando una vulnerabilidad y crudeza que impresionó tanto a críticos como a espectadores. A sus 34 años, Taylor demostró que no solo era una cara bonita, sino una actriz capaz de enfrentarse a papeles dramáticos.
En 1993, Elizabeth Taylor recibió el Óscar honorífico de la Academia en reconocimiento a su contribución a la industria cinematográfica y su trabajo humanitario. A lo largo de su carrera, Taylor había ganado dos Premios Óscar como Mejor Actriz, pero este honor fue especialmente emotivo, ya que celebraba no solo su talento como actriz, sino también su impacto fuera de las pantallas. En su discurso, habló sobre su gratitud por el reconocimiento y su compromiso continuo con la filantropía. A estas alturas, Taylor ya había trascendido su estatus como actriz para convertirse en una leyenda viviente.
Tras la muerte de su querido amigo Rock Hudson en 1985, a causa de esta terrible enfermedad, Elizabeth Taylor dedicó gran parte de su vida a la lucha contra el VIH/SIDA, en un momento en que pocos en Hollywood estaban dispuestos a hablar del tema. Fundó la Elizabeth Taylor AIDS Foundation y fue una de las primeras celebridades en recaudar fondos para la investigación de la enfermedad. Gracias a su influencia y persistencia, el estigma alrededor del VIH comenzó a desvanecerse, y Taylor fue aclamada como una heroína por su incansable labor humanitaria. Su legado en este ámbito continúa siendo una de las partes más importantes de su vida y carrera.
El séptimo y último esposo de Elizabeth Taylor fue Larry Fortensky, un obrero de la construcción a quien conoció durante su estancia en la clínica de rehabilitación Betty Ford en 1988. Su boda, que se celebró en 1991 en el rancho Neverland de Michael Jackson, fue un evento lleno de celebridades y prensa. A pesar de las diferencias de edad y origen, el matrimonio duró cinco años, y aunque se divorciaron en 1996, Taylor mantuvo una amistad cercana con Fortensky hasta su muerte. Este matrimonio, aunque menos glamoroso que los anteriores, mostró un lado más terrenal de Elizabeth, quien nunca dejó de buscar el amor.
A lo largo de su vida, Elizabeth enfrentó numerosas complicaciones de salud. Desde problemas de espalda, que requirieron múltiples cirugías, hasta una adicción a los analgésicos y el alcohol. Fue hospitalizada en más de 70 ocasiones y, en más de una ocasión, los medios informaron que su vida estaba en peligro. A pesar de estas luchas, Taylor siempre encontraba una manera de regresar, demostrando su extraordinaria resiliencia y deseo de vivir. En 1997, se sometió a una cirugía cerebral para extirpar un tumor benigno, y aunque esto afectó su salud, nunca perdió su sentido del humor ni su espíritu combativo.
En sus últimos años se apartó del ojo público en su casa de Los Ángeles rodeada de familiares y amigos cercanos y luchando contra problemas de salud, pero nunca dejó de brillar. Falleció el 23 de marzo de 2011, dejando un legado que pocas actrices han podido igualar. Fue enterrada en el cementerio de Forest Lawn en Los Ángeles, tras una vida que, aunque llena de turbulencias, mostró la fuerza y el carisma de una mujer hecha para ser inolvidable. Como dijo alguna vez su amiga Shirley MacLaine: "Era una de esas personas que entraban a una habitación y automáticamente sabías que estaban destinadas para algo más grande".
Cuando Elizabeth Taylor falleció el 23 de marzo de 2011, en Los Ángeles, dejó instrucciones muy claras para su funeral. Solicitó que el servicio comenzara al menos 15 minutos tarde, pues "incluso en la muerte, quería llegar tarde". Fue un evento privado, al que asistieron solo sus amigos y familiares más cercanos. También dejó por escrito su deseo de que se subastaran sus joyas para sus causas sociales. La subasta rompió récords y recaudó más de 137 millones de dólares.